El otro día saqué valor y le comuniqué a mi madre, que a no ser que cambien mucho las cosas, no quiero tener hijos.
Y digo saqué valor porque a pesar de que nos creamos que vivimos en un mundo evoluscionado, todavía se cree que el destino de una mujer es crear una vida.
Cuando no véis que se puede crear vida de muchas formas diferentes.
No creo que no tener hijos, o no quererlos te haga menos mujer.
No creo que que no te gusten los niños te haga una persona "dura" o "cruel"
Yo veo a madres con sus hijas y me dan ternura, pienso que es el amor más puro que puede existir.
Y por eso mismo, elijo no traer una criatura a este mundo.
No puedo traer a alguien quien voy a querer sobre todas las cosas en un mundo en el que no creo. Sería hipócrita. En un mundo en el que solo veo dolor, ya no existe la lealtad, la sinceridad, el amor verdadero, sin toxicidad. Un mundo en el que cada ser inocente va envemenando poco a poco.
No quiero traer alguien al mundo para que sufra. Para que se desvanezca esa inocencia. Para que día a día se vuelva más frío y duro como la piedra. Como todos.
Esta es mi elección. Y mi razón.
Y creo que nadie nunca, ni de mi, ni de ninguna mujer, tiene el derecho a poner en duda sus decisiones, sus elecciones, y que quiere hacer con su vida.
Son los versos robados, los que queman cada noche. Las palabras que tapan con su velo los puñales. La poesía dedicada a las cosas que nunca tendremos. Alimentando nuestra propia tristeza y miedo. Y dime niña, ¿qué es aquello que tanto anhelas, si nunca has tenido? Y dile niña, ¿con qué sueñas cada noche sabiendo que no ya lo habías perdido? La voz resuena en tu cabeza, ríndete, dice profunda. Ríndete y deja que la oscuridad te destruya.