Vivimos esperando.
Vivimos en nuestros propios sueños, pensamientos, engañándonos.
Vivimos con las esperanzas puestas en cosas que sabemos que no ocurrirán, pero es mucho más bonito engañarnos a nosotros mismos.
Creemos que vivimos, y sin embargo estamos más que muertos.
El tiempo que jamás volverá y lo habremos gastado en cosas que no merecen la pena, en personas que no merecen la pena. Siendo tan ciegos de nuestra propia estupidez, de no haber sido capaces de ver quien si la valía, y haber perdido el tiempo, aquello que nunca vuelve, aquello que no le dimos la oportunidad para ser felices y viviremos con nuestras malas elecciones. Porque es más cómodo no aceptar que somos el problema, que somos quien deberíamos cambiar.
Pero, de verdad viviremos, o simplemente parecerá que lo hemos hecho, siendo nosotros mismos espectadores de nuestra vida pasando cuando en realidad no hemos vivido.
Hemos estado siempre muertos.
Son los versos robados, los que queman cada noche. Las palabras que tapan con su velo los puñales. La poesía dedicada a las cosas que nunca tendremos. Alimentando nuestra propia tristeza y miedo. Y dime niña, ¿qué es aquello que tanto anhelas, si nunca has tenido? Y dile niña, ¿con qué sueñas cada noche sabiendo que no ya lo habías perdido? La voz resuena en tu cabeza, ríndete, dice profunda. Ríndete y deja que la oscuridad te destruya.