Cuando grito, lo hago en silencio.
No es que esté cabreada.
No es que esté triste.
No es que se me hayan acabado las palabras.
Es que no se como pedir ayuda.
No se como pedirle a una persona que se quede un ratito más.
Tan acostumbrada a cargar con los problemas de otros y a callar los míos propios.
Tan acostumbrada a callar mis propios sentimientos, a que se queden dando tumbos en mi interior.
Es un grito sordo.
Un grito sin eco.
Un grito que se perdió entre la espesura de la gente, sin ninguna respuesta más,
que el propio silencio.

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