Cuando grito, lo hago en silencio.
No es que esté cabreada.
No es que esté triste.
No es que se me hayan acabado las palabras.
Es que no se como pedir ayuda.
No se como pedirle a una persona que se quede un ratito más.
Tan acostumbrada a cargar con los problemas de otros y a callar los míos propios.
Tan acostumbrada a callar mis propios sentimientos, a que se queden dando tumbos en mi interior.
Es un grito sordo.
Un grito sin eco.
Un grito que se perdió entre la espesura de la gente, sin ninguna respuesta más,
que el propio silencio.
Son los versos robados, los que queman cada noche. Las palabras que tapan con su velo los puñales. La poesía dedicada a las cosas que nunca tendremos. Alimentando nuestra propia tristeza y miedo. Y dime niña, ¿qué es aquello que tanto anhelas, si nunca has tenido? Y dile niña, ¿con qué sueñas cada noche sabiendo que no ya lo habías perdido? La voz resuena en tu cabeza, ríndete, dice profunda. Ríndete y deja que la oscuridad te destruya.