Te iba a escribir una carta de despedida.
Una y otra vez, en la noche, lo que escribía, lo borraba.
No encontraba las palabras.
No encontraba los expresiones.
No te encontraba a ti.
Te quería escribir una carta de despedida.
Porque creo que es hora de dejarte ir.
Pero no encontraba las formas.
No encontraba las ganas.
Solo te encontraba a ti.
Te estaba escribiendo una carta de despedida.
Pero no puedo.
No consigo decirte adiós.
Pero tengo que ser fuerte, soltar la luz de mis días negros, el veneno en mi sangre.
Porque no pienso volver a caer en tu juego.
Ya no volveré a discutir.
Y solo te diré adiós.
Son los versos robados, los que queman cada noche. Las palabras que tapan con su velo los puñales. La poesía dedicada a las cosas que nunca tendremos. Alimentando nuestra propia tristeza y miedo. Y dime niña, ¿qué es aquello que tanto anhelas, si nunca has tenido? Y dile niña, ¿con qué sueñas cada noche sabiendo que no ya lo habías perdido? La voz resuena en tu cabeza, ríndete, dice profunda. Ríndete y deja que la oscuridad te destruya.